Soy un indignado porque me niego a ser el número uno. Sólo quiero hacer las cosas bien.
Resultará para muchos sorprendente leer una declaración como ésta, en una sociedad global en la cual está muy bien internalizado el "espíritu competitivo" como un estilo de vida, cuando no tiene nada de espiritual. Me podrán llamar cobarde, mediocre, incapaz, derrotista, poca cosa, atrasado...
La competitividad humana en todos los sectores y ámbitos es un paradigma implícito. Un axioma inamovible. Poco importa que para atornillarlo en nuestro subconciente se haya obviado precisar normas de ética y respeto básicos al derecho ajeno a discrepar en ideas y actitudes. Pero no, lo que importa es ser lo más percibidos posible, lograr el ángulo perfecto en la foto, el sueño de una vida dedicada a la "superación profesional", marginando el desarrollo como entidades vivas, que es lo que importa más que nada.
Todo vale entonces para llegar a la cima. Hay que hacer lo que se tenga que hacer, sin importar que incluya una sonrisa fingida cuando el jefe te da un palmazo en el trasero, o te eructa en la cara, o hace un pésimo chiste. No importa soplarse leyes, coimear autoridades y dejarse coimear. No te quita el sueño argumentar en favor de una injusticia si es lo más comodo, u ocultarla, si con eso eres beneficiado directa o indirectamente.
Pero resulta que a veces hay que estar misios y pasar por grandes precariedades para darse cuenta de tantas cosas que realmente valen la pena y que pueden lograrse "a la legal", como se dice. Sé que he dejado pasar muchas oportunidades y he visto a muchos otros tomarlas sin considerar que sacrificaban el alma en ello.
Y no es una convicción personal extendida de la que hablo. Es una convicción social la que nos escupe a diario que no les interesa a los privilegiados provocar la muerte o sufrimiento de millones, con tal de que eso les incremente sus utilidades o los suba en el ranking de la corporación top del año; que los políticos no representan a sus electores sino a quienes los auparon a su curul, empeñando capitales e influencias que luego cobran cual acreedores.
Se ve hoy, cuando -incrédulos aún e indignados "in crescendo"- vemos que la única solución a una crisis global es aumentar impuestos y despedir trabajadores como parte de "medidas de austeridad" impuestas a los que supuestamente gobiernan sus países, por entes económicos supranacionales; los mismos que demuestran su sensibilidad "rescatando" a la pobre banca internacional -perpetradores de toda esta chanfaina- con cientos de miles de millones de dólares.
Es evidente esta minimización de la vida ajena y lejana cuando se extiende por el mundo la nocion de democracia como sinónimo de ocupación y arrogación como propias de facultades supuestamente reservadas a la Organización de Naciones Unidas. Cuando se califica como noticia lo mismo en todas partes y en simultáneo. Cuando algo es intervención, injusticia, terrorismo, sabotaje, espionaje o inhumano sólo cuando lo hacen "ellos". Cuando la marcha de los indignados es noticia si se queman autos o se lanzan bombas lacrimógenas. Cuando se nos pretende acostumbrar a la guerra como un hecho normal, cotidiano y termina siendo descabellado indignarse de la guerra como si nos indignáramos de respirar, hablar o caminar.
Se ve plasmada esta triste "filosofía" cuando las sociedades anestesiadas ya no son aquellas como la norteamericana, enceguecida por la diabetes de la prosperidad plástica, sino otras como la peruana, a la que el mundo se le acerca sólo cuando viene Justin Bieber, o cuando aparecen las fotos de Scarlett Johanson calata. Después, no existe nada más que las violaciones en los conos o las mujeres quemadas por sus maridos. Una sociedad saturada de promesas de un futuro "progreso", sin saber exactamente qué tipo de progreso se supone que lograremos. ¿Será tal vez el de las potencias de hoy? Ese progreso caníbal y egoísta? ¿El de la estupidización masiva con toneladas de canales por cable "de entretenimiento", de los colegiales asesinos, de los directivos de corporaciones un día y asesores presidenciales el siguiente?, ¿el progreso acaso de los transgénicos, la comida basura y la obesidad infantil?
Ya se ve mucho de eso en comentarios que van de lo banal y plástico al cyberbulling en las redes sociales, en la avidez por el último juguetito de Apple que cambiaremos a los pocos meses por el siguiente, a consumir y ser consumido en una suerte de promiscuidad del criterio y la desaparición del respeto al cuerpo propio y ajeno.
En un escenario en que todo se relativiza, las bases para una sociedad estable y pacífica se vuelven arenas movedizas. Se desacostumbra a la gente a tomar la iniciativa por vergüenza, porque no está de moda. Más fácil es seguir lo último de los peinados de Lady Gaga o aceptar como ciertos y hacer suyos los titulares de los periódicos colgados en un kiosko, sin el menor análisis ni disposición para leer entre líneas.
Las personas quieren ser el número uno pisando a sus vecinos. Los países quieren ser el número uno aliándose con sus enemigos. Las estrellas de cine y TV quieren ser los primeros acostándose con quien tengan que hacerlo y fingiendo frente a cámaras una tendencia sexual que no es la suya, con un seudobeso fingido con la protagonista. Mamá quiere que su hijita sea la número uno en baile folclórico para burlarse de su vecina y enemiga de siempre, sin importar el transtorno psicológico al que expone a su pequeña.
Somos una sociedad global para algunas cosas y localista para otras. Somos una sociedad individualista y aparentosa, atrapada en redes burocráticas diseñadas para evitar el reclamo y la justicia, para evitar un pueblo culto y por lo tanto menos manipulable.
Contra un sistema así es que nacen los indignados -trabajen o no- señalados a ser los establecedores de un nuevo orden mundial. Pero resulta difícil creer que lo logren de la noche a la mañana, pues los dueños del sistema no lo soltarán del mango, y menos permitirán que se cambie por otro. Son el poder real que no cambia cada cinco años, sino aquellos a los que los sucesivos gobernantes se alternan en jurar obediencia. Son los que rara vez aparecen ante cámaras, los que hacen saltar a un periodista metiche del aire bajando el dedo, los que rentabilizan sus costos a costa de la salud de niños y pobres, los perros de guerra por quienes el mundo ha sido un ininterrumpido campo de batalla por décadas.
De todas formas la movilización del 15-O ha sido un primer paso importante, si no para tumbarse el sistema, por lo menos para hacer notar sus graves falencias e injusticias, ante un mundo narcotizado y saturado de información vertiginosa y diversión hipnótica que les abre los ojos y les corta las piernas.
Es un primer paso que ojalá logre hacer que la frase con que titulé este artículo desbocado cunda en más mentes alrededor del mundo: no quiero se el número uno; sólo quiero hacer las cosas bien.
Imagen: SerHumanoLibre