Un sentimiento (o balada del simpatizante lejanamente cercano)
Escribo estas líneas como observador. Como desde aquella caseta de serenazgo en las afueras del estadio; como un observador ocasional de una fenómeno masivo, pero que por extrañas razones que no sé explicar aun hoy -después de media vida de pre-sentimientos antes que sentimientos- mantiene todavía un débil lazo con aquel fenómeno socio cultural acunado en las entrañas de un barrio marginal de esta gran ciudad y llamado, como se llama por natural asimilación de su origen, Alianza Lima.
Es por la misma naturaleza lejana pero irrompible de esta percepción que he decidido -pidiendo las disculpas en el muy probable caso de que caiga en algún error- escribir aquí sin mayores investigaciones, constataciones, ahondamientos ni estricto ceñimiento a los hechos exactos, a las realidades precisas ni plenamente conciente de las miles de historias -entre victorias y tragedias- personales que han surgido y se han desvanecido a su alrededor. Es en respeto a ese sentimiento que tomo tal decisión, temeroso de contaminarlo con pasiones desmedidas, confirmaciones de hechos lamentables y desmentidos de aureas milagrosas que mantengo en la memoria.
Prefiero disfrutar del aura de gloria, del tremendo espíritu de sacrificio, mística y divertimento mezclados en un solo grito que forma parte de esta especie de ángel difuso que se me hace Alianza Lima; tan lejos, tan cerca.
Porque a lo mejor verter todo esto en blanco y negro me permita entender un poco mejor por qué, siendo el día de hoy un día después de otra amarga derrota para los aliancistas, dejo de ser totalmente indiferente al mundo de aquel balón en su eterna búsqueda de las vallas para experimentar esta condolencia.
Fines de los ochentas. Imágenes nocturnas desde el puerto del Callao informan sobre la desgracia. Un grupo humano entero, a excepción del piloto, muere en el mar y se hunde frente a las costas. Resulta ser el equipo del Alianza Lima. Doble desgracia.
El país entero se despierta de luto, se componen canciones en su honor y se presentan diversos reportajes sobre el hecho. Ese mismo día en mi colegio la devastación y la honda tristeza de un amigo de siempre me sorprende. No eran sus familiares, pero sentía la pérdida como si lo fueran. Mi inicial extrañeza frente a su actitud se fue trocando al poco tiempo en sincero pésame.
Al otro lado de la ciudad otro amigo, este de mi barrio y uno de los bombos principales de la barra brava blanquiazul bramaba de impotencia y dolor. Pero si es sólo un deporte, me decía, yo. Por que tanta calamidad. Además, hay tantos terribles accidentes a diario...
Pero en los ochentas descubrí también que Alianza Lima era mucho más que un equipo de fútbol. Ese mucho más se reflejaba en las señales de la cruz que los jugadores se marcaban en la frente sin falta frente al Cristo Morado antes de salir al gramado; en los miles que siguieron los velatorios a pie o por televisión; en ese silencio de mi compañero de carpeta durante clases; en aquel bombo rasgado, perdido en medio de "La resi".
Pero ese mucho más, ¿vive todavía en las nuevas generaciones blanquiazules? ¿O se puede equiparar un devoto González Ganoza persignándose frente al Cristo, con una horda de pandillas que se apoya cobardemente en su legado para amedrentar vecindarios y liarse a golpes con los seguidores del "enemigo", como hoy se reconoce al equipo contrario?
El lazo que unia a Farfán (Tomás, por favor, no confundir) con el "club de sus amores" no me parece el mismo que hoy se rompe tan fácilmente por una mejor oferta o por un plan de marketing de imagen más ambicioso. El compromiso ya no es colectivo sino pecuniario.
Aquella mística que percibí en los ochentas de Tomassini se fue difuminando a medida que pasaban los noventas de los potrillos. Hoy no la percibo, ni en la dirigencia, que se mueve abierta y descaradamente de acuerdo a sus intereses políticos, ni en los jugadores farandulizados ni en las nuevas generaciones. Antes el amor legítimo a la camiseta era la hoguera que atizaba pasiones. Hoy la pasión se confunde con la rabia y con el ansia de venganza, dejando la mística para aquellos a punto de pasar a la base cuatro y más arriba. El fútbol ya no es una ocasión, sino un pretexto para desfogar frustraciones amparado en el anonimato de la masa.
Sin embargo, toda esta realidad evidente y descarnada no me impidió conmoverme al enterarme ayer de la derrota de Alianza Lima frente al otro equipo (no sé cuál) en aquel campeonato (tampoco lo "googlearé"; se aceptan precisiones). No vi el partido -tan cierto como que no veo fútbol sino cada cuatro años-, pero no puedo imaginarme que hayan perdido poniendo la misma entrega de la que hizo gala la generación perdida de aquel fokker funesto.
Tristemente, hoy los Cristos Morados están siendo reemplazados por auspiciadores, la pasión ya no es sinónimo de sacrificio sino de violencia y los antiguos aliancistas no se atreven a llevar a sus hijos a que gocen del espectáculo de la vida misma dejada en la cancha -y que ellos mismos vivieron felices de la mano de sus progenitores- por temor a que esto deje de ser una metáfora del esfuerzo y se convierta en una cruda estadística policial.
Nada de esto me impidió conmoverme, recordar aquella carpeta de luto, aquel bombo callado, aquellos cirios de inspiración apagados.
Pero "Alianza Lima es un sentimiento" puede volver a significar algo. No depende de la dirigencia, pues ahí no se trabaja con el alma sino con el bolsillo. Tiene que salir de los forros de la comunidad morada de La Victoria, reventar las paredes del olvido, encenderse en miles de cirios en casas, colegios e iglesias, conmover a los cerros, alimentar los corazones.
"Alianza Lima Corazón", no intención. "Alianza Lima Corazón", ni rabia ni sin razón. Porque su esencia se le percibe en una pelota de trapo, no en una cancha sintética; su honor se hace respetar en una conmoción popular de júbilo, pertenencia y espíritus enlazados y no en ojos inyectados de furia.
Alianza Lima no es la que se exhibe ni se mercadea, sino la que yace aun latente debajo, olvidada de la fuerza de su sentimiento secuestrado por la prepotencia. Esa Alianza Lima es la que, sin necesidad de exhibirse ni farandulizarse, venderse o vandalizarse, supo hacerse un lugar en la historia del fútbol, un espacio en los grandes fenómenos sociales por lo que fue reconocida en todo el mundo, una devoción sinónimo de maestría en el balón e integridad dentro y fuera de la cancha.
Porque a los caidos en el mar del Callao no se les recuerda por cuantos enemigos acuchillaron, ni por cuántas bolsas de orina arrojaron, ni por cuántas familias dejaron apesadumbradas y huecas. A los caidos no se les recuerda por sus escándalos callejeros, ni por los kilos de oro que llevan encima. A los caidos se les recuerda por su entrega, su juego franco y limpio, su sencillez, su integridad y su compromiso. Son recordados, más que como futbolistas, como seres humanos, ejemplos del deporte entendido como un fenómeno que une, no separa; que engrandece, no envilece.
Resurge entonces Alianza Lima. Aférrate nuevamente a esos valores que hoy te ocultan tus plagiarios. Porque la verdad te hará libre, como dicen, y la verdad está en la sangre que late en el Corazón, no en la que se amotina en el puño. Recuérdate Alianza Lima y demuestra que la violencia no te hará ganar nada, sino que te hundirá más. Une tus miles de manos y enciende el cirio de los Héroes del Callao, enarbola su bandera humilde, reflota su vuelo trunco, recupera la fuerza de tu integridad gloriosa y serás grande otra vez.
Siéntete de nuevo, Alianza Lima. Porque eso eres y así te percibo. Un sentimiento que se sufre, que estremece, que maravilla; una pasión que no necesita explicación. Un alma que es mil almas. Y como tal, es eterna.
Arriba; Arriba Alianza!